Los Papis del Euskal | Amores como el nuestro

AMORES COMO EL NUESTRO QUEDAN YA MUY POCOS...

November 29, 20253 min read

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No hay dudas de que este cuento será de amor. Explotando en el pecho, el corazón no se equivoca: evoca a la razón. Y a esta locura no la traten de entender. Porque querer tanto a una pelota es señal de prevalecer. Cabalgaremos juntos, mi querido Sancho; y a los cuerdos que se los lleve este sistema vil, demasiado chancho. Amateur de nacimiento, todos los miércoles vuelvo a soñar. De gambeta y frac, amarillo o naranja, la rumba suena igual. Un espacio de pasión en el infinito, mucho caucho en los zapatos, nos obliga a atesorar esos goles que te da la vida; en la misa, en nuestra catedral.

Cuando de pendejo te enseñan, te amalgaman: los tuyos le van encontrando la maña. Y no hay resolución a la cuenta: los colores pesan; muchas veces el condimento te enferma. Es ahí donde tanta magia, digna y efervescente, aterra. Mirás partidos de Francia, de Guinea; te da lo mismo que se juegue en Croacia o en Inglaterra. Crecés con la que bota, entre mates, bizcochos y tu vieja en la merienda. Al arco lo ves de cerca.

Un día te encontrás que creciste, tenés trabajo, ocupás un horario y el tren Roca de mañana nunca sale jugando desde abajo. Te hacés cargo de los cambios, el 3 por el 15, y que juegue el 12 por el 4. Vas de frente con tus gustos y no evadís el charco: a la cancha con tu viejo, entre resacas de mañana y noches de ensueño. Cada excusa es infaltable, resume el encuentro. En el medio, lo increíble del proceso: saliste campeón, diste la vuelta, poco te importó el contexto. Entre cábalas y costumbres, que nadie el gol grite antes, la llevaste a ella para que conociera tu verdadero metejón, tu mundo en partes. Fue el destino, manchón inaudito, el que algunos años después repitió con tu hijo, tamaña misa pagana, de cantón y nerviosismo.

Estás grande y no es un supuesto el detalle. Ese físico de guerra, elegante mal llevado, de conductas erráticas y virtudes no deseadas, hoy te pasa factura, te castiga sin cura. Sin embargo, le ofrecés batalla: a la vida, con la metralla. Y del colegio de los pibes —ese que mes a mes te desangra— la solución te habita como cuento de hadas. En la misma y sin mediar palabra, es un grupo grande el que te invita, te abraza al instante. Repuntar el vicio aclara el objetivo: compartir una cancha sin dejar de ser el mismo ofrece garantías y otra vez nos hace sentir vivos. Así se suceden las semanas, la lista recrudece a la demanda. Como si el vínculo fuera el de siempre, las caras se repiten, los apellidos se revierten, los lazos son más fuertes. De inolvidable pasar cada tercer tiempo, los buenos momentos se derraman como frescos helechos. En definitiva, fútbol, asado y vino —diría un tal Piltrafa— son los gustos del pueblo argentino.

De esta manera vale recitar la prosa, sin perderse nada, como dicta la historia. Resonar en el cantar: tenemos tiempo para asociar, aquel pibito de los ochenta que hoy, como muchos más, disfruta de su propia meta. Cuidar todo lo que nos rodea gratifica al plan y acrecienta la vara. Justificar cada momento nos hace eternos, agradecer cada paso nos da la mano; con los Papis cada kilómetro es mágico. Aportar desde lo que uno sabe, acompañar al otro en partes iguales y desobedecer lo que abruma, eso que no ayuda. Como dice la canción, relajada y con dolor: “Amores como el nuestro quedan ya muy pocos”; al fútbol, mi deseo es dejarle absolutamente todo.

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